sábado, 26 de abril de 2008

¡Alistaos! - decían - ¡veréis mundo!

Mira que lo intentas, colocas las manos juntas, con las palmas hacia arriba intentado no dejar ni un solo huequito y nada... entre los pliegues se me han escurrido los últimos seis meses. Como cuando estás haciendo el foso de tu castillo de arena, te acercas a la orilla y llenas tus manos de agua y corres, corres mucho para llenar el foso de agua, pero cuando llegas de vuelta al castillo, nada, ni una gota. Pues así se me escurre el tiempo.
Y mira que cada vez que me preguntan "y ¿cómo es Berlín?" me sale del alma: "feo, Berlín es gris y frío. Pero te embruja".
Berlín es gris, un gris que te envuelve, te absorbe. El gris oscuro desconchado y lleno de grafitis de los edificios soviéticos. El gris lavado de las losas de piedra de las aceras. El gris brillante del asfalto. El gris perla del reflejo de la luz en el Spree. El gris plata de la Fernsehturm. El gris feo de la puerta de mi portal. El gris huraño del carácter alemán. El gris de la fachada de la embajada, solemne, recio, sobrio... El gris que me invade cuando pienso en lo que echo en falta. El gris baboso de la anguila ahumada. Y sobre todo, el gris mutante del cielo. Me faltan palabras para describir este cielo, necesitaría varios grises para hablar de él. Como los esquimales con el color blanco. Para decir: hoy es gris del que no va a llover pero va a estar el cielo encapotado todo el día; hoy toca gris malhumorado, parece que se nos cae el cielo sobre nuestras cabezas; hoy es gris esperanza, deja entrever los rayos del sol; hoy es gris tormenta, coge el paraguas que va a jarrear.

Pero Berlín no solo es gris. También es frío. No solo cuando miras el termómetro, sino cuando miras a tu alrededor. Frío del vecino que no te da los buenos días o te vigila a ver si tiras bien la basura. Frío de la gente que te mira mal cuando no hablas bien alemán. Frío de la cantidad de vagabundos y alcohólicos que hay en las calles. Frío de ver calles desiertas a las 7 de la tarde. Frío de no ver la cara de los niños debajo de tanta ropa. Frío de salir de trabajar a las 4 de la tarde de noche. Frío de edificios sobrios y calles inmensas. Frío de silencio en el metro, un silencio, que como el viento, corta. Frío de que la última sesión de cine sea a las diez. Frío de comer de pie y en la calle. Frío de que el muñeco del sombrerito ya está rojo y no te ha dado tiempo a cruzar la calle.

Pero de repente, después de seis meses de gris y frío ¡ha salido el sol! Y la ciudad da un giro de 360º. Descubres calles por las que antes jamás te hubieras metido. Averiguas nuevos atajos con la bici por zonas que antes eran todo sombras. Te sientas en el Biergarten y el sol calienta. Mi casa parece otra con la luz que entra por la ventana. El día tiene ahora 48 horas porque salgo de trabajar y todavía es de día. Los parques se llenan de gente vestida, en bañador, desnuda. Las barbacoas se encienden y la ciudad se llena de pequeñas fogatas de salchichas y filetes. La gente sale de sus cuevas con los ojos guiñados de tanta luz y se despereza. Hay algunos que incluso empiezan a sonreír. En las aceras aparecen terrazas como setas. Te sobran los guantes, el gorro y la bufanda.

Ahora ya entiendo porqué hay tanta gente enamorada de Berlín, ¡habéis caído en el embrujo de Berlín con sol!