Hay que ver lo que une el ICEX y, en especial, el CECO: esos nombres en la cabecera de las mesas, esa cafetería, esa empanada... y después de un año, poco a poco, cual hormiguitas, nuestros caminos se vuelven a juntar en Madrid a la caza de la segunda fase de la beca.
Y tuvo lugar la cena - espero que no la última cena - con el resto de "mis" becarios: los de cerca (europeos) y los de lejos (americanos y asiáticos). No estaban todos y aún así ya era demasiada gente para todo lo que quieres preguntar, contar, saber... ¡qué alegría ver tantas caras felices!
Las conversaciones se entrecruzan y quedan a medias ya que una cosa da pie a otra y es que ¡hay tanto que contar! Tenemos amores y desamores, grandes futuros profesionales, historias de aventuras, atardeceres inolvidables, horas de risas y muuuuuuuchas lentejas.
Porque esta beca nos ha cambiado a todos un poco la vida. Y eso que hay algunos que todavía no se han enterado. Ahora espero las quedadas reducidas para charlar tranquilamente con todos y enterarme de verdad qué tal les ha tratado la vida en este año.
Y vuelves a Madrid siendo la misma apenas un año después y casi todo está como lo dejaste en la superficie, pero cuando buceas, el fondo ha cambiado. La immensa alegría de ver a familiares y amigos aplaca ese sentimiento de no acabar de encontrar tu sitio, como si te hubieras marchado dejando una cama de matrimonio y al volver te hubieras encontrado un catre diminuto. El hueco que ocupabas en la vida de los demás se ha reducido a llamadas e emails y tienes que volver a encontrar tu sitio en la ciudad, en tu familia, en tus amigos.
Me vuelvo a ir un año, contenta, pero con la esperanza que aquellos a los que quiero me sigan echando de menos tanto como yo a ellos y con la promesa de que, a pesar de que ya sé que cuando vuelva no voy a tener una cama de matrimonio esperándome, nunca volveré para encontrarme durmiendo en el suelo.
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